EL FIN



"Lo único que impide a Dios mandar un segundo diluvio es que el primero fue inútil" (Nicolás de Chamfort).



La del Bobo inteligente
No siempre el Bobo lo es: esto que sigue es de cuando la piensa. Medite el lector que un retroceso de 4 ó 6.000 años es la única salvación de la presente humanidad.

He tomado pasaje para ir a un país a descubrir, cuya única particularidad, pero que puede ser de gran provecho, es que sus habitantes están de vuelta de todos los inventos, uno por uno. Es cierto que el impulso recesivo no es tan grande que retornen al estadio inmediato anterior al primer invento; pero en esa paulatinidad de desandamiento, hay también un placer demorado, exquisito. Así, pásase allí de la electricidad al gas, y tras un tiempo, al petróleo; sólo más tarde al brasero inautomático, y después a los hachones y teas.

Se ha intentado, en materia de puntualidad, la progresiva lentificación, de modo que el vigilante de tanto en tanto detiene por algún momento al apresurado para que no llegue antes; o el transeúnte se coloca pesos en la espalda para ir despacio y no llegar pronto. Lo que no se ha logrado simplificar es el mecanismo del registro civil; pero para responder al propósito de suprimir las enfermedades de la urgencia, se ha ensayado con éxito el alteramiento del acto del casamiento, que se efectúa en dos sesiones: primero se casa ella con él, y en otro acto, él con ella; no como antes que se desposaban con premura rayana en la simultaneidad.

Usan el reloj del invisible y epiléptico, que salta de hora, o que, aunque marche bien, no se lo ve, de manera que con este sistema de alteramiento de la medida visible del tiempo resulta que en el proyectado asesinato la víctima, que ha sido citada al efecto en hora y lugar, llega muchas horas antes, se aburre y se va. Ni por casualidad ocurre que una persona que ha consentido en ser asesinada por otra en tal o cual hora, tenga la paciencia de esperar a su asesino las muchas horas de equivocación que éste pueda tener y se retira afrontando el desprecio del asesino por su falta de puntualidad, por supuesto que éste, despechado, no vuelve jamás a ocuparla como víctima.

En otro lugar de este país están poniéndoles apéndices a todas las personas seccionadas en apendicetomía; y aun a aquéllas que conservan el original las proveen de otro, tomado de ciertos animales cuyos apéndices eran útiles al ser humano. En otros estaban ensayando el sobretodo en verano (como los polacos que conocí en Misiones; el fuego del sol les era peor directo que la transpiración bajo tal abrigo).

Se despachan todas las oficinas meteorológicas y se traen marinos viejos y campesinos viejos, que dan el pronóstico todos los días a simple miración y meditación del cielo. Todas las medicinas escasean, un poco de cataplasmas, otro de sinapismos y sangrías. Todos los remedios de la farmacia antigua se sacan con baldes del pozo de la casa: agua para la nariz, para los oídos, los ojos, la ayudación de la digestión. La gente vive hasta el grado de la impertinencia. La extracción de las muelas se hace atando un hilo a un pasador y que otra persona le dé el tirón; pero hay que saber dar el tirón.

Se vuelve al brasero de carbón al que se encuentran todas las ventajas que lo superiorizan respecto al eléctrico; se vuelve a la cuerda con la campana y al llamador, en lugar de la campanilla eléctrica; al arado en lugar del tractor; el termo es reemplazado por una botella de barro envuelta en trapos. Cada año la policía elige a la suerte diez presos, dándose luego por ejercida toda la función policial del año. En una peluquería se lee: “Rasurada con muela sacada o media sangría: 80 centavos”; las familias trabajan en el campo tres días al año: uno para sembrar (cereales y hortalizas), otro para arar y otro para cosechar.
Lector: si se embarca para aquí no tome boleto de regreso. Macedonio Fernández, Buenos Aires, 1944
Esteban Peicovich (la nacion)

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