" Expendedor perentorio de semen."



por MANUEL VICENT

Imagino a Strauss-Kahn, cuando todavía era uno de los amos del mundo, director del Fondo Monetario Internacional, esperando abordar su avión privado en compañía de unos altos funcionarios de las Naciones Unidas. Mientras estos eminentes caballeros hablan de la forma de remediar el hambre en Somalia, en ese momento cruza la sala del aeropuerto una adolescente explosiva y los ojos de Strauss-Kahn se le van inexorablemente detrás de aquel culo y no lo abandonan hasta que se pierde por la escalera mecánica. Con un oído, Strauss-Kahn sigue atendiendo a la conversación acerca de unos problemas muy graves de la humanidad mientras sin poderlo evitar su mirada ahora sigue las piernas de una espléndida azafata que cruza el vestíbulo en dirección contraria.

El cuerpo de Strauss-Kahn se puede dividir en tres partes: arriba, ostenta un cerebro poseído por una inteligencia privilegiada, lleno de pasión por las matemáticas y el ajedrez, experto en economía. Ese cerebro superdotado se manifiesta a través de un rostro altivo, con ese aire de macho perdonavidas acostumbrado a decir siempre la última palabra, el argumento irrebatible. El tronco de Strauss-Kahn también es poderoso. Como judío socialista tiene el corazón más a la izquierda de lo normal, inclinado hacia las causas nobles, aunque protegido por una barricada de tarjetas oro cuyo fondo insondable se pierde en las cuentas de la multimillonaria Anne Sinclair, su tercera mujer enamorada. Este chacra de los buenos sentimientos se extiende sobre una confusión de vísceras maleables, entre las cuales se erige el sexo compulsivo, como un cetro, hasta el punto que Strauss-Kahn podría ser definido como un expendedor perentorio de semen.

Las personas adictas al sexo, a medida que adquieren mucha fama o acceden a altos cargos de la política o de las finanzas, tienen más complicada la forma de remediar su vicio. La absoluta visibilidad de sus agendas les fuerza a aprovechar cualquier resquicio de tiempo y espacio, un ascensor, un lavabo, el despacho oval o el cuarto de los calentadores, una entrevista, las manos bajo el mantel de la mesa del restaurante de lujo, para dar salida rápida, momentánea, en un minuto, de pie, sin quitarse los zapatos, previo acuerdo o no con la pareja, a este instinto descontrolado, como una pulsión suicida, jugándose toda una insigne biografía a una carta.

sigue ...


fuente: Elpais.es

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