Hace un año y un mes, la victoria del Partido Nacional
Democrático de Hosni Mubarak en unas elecciones parlamentarias apáticas y
amañadas pareció confirmar la atávica mansedumbre del pueblo egipcio.
Hace un año, miles de egipcios salieron inesperadamente a las
calles para arrebatárselas a la policía y la plaza de Tahrir, en El Cairo,
se convirtió en un símbolo revolucionario. Hoy las multitudes han vuelto a
Tahrir, de forma pacífica, para celebrar la revolución o para lamentar su rumbo.
Egipto ha iniciado un camino sin retorno en el que dos fuerzas opuestas pero
puntualmente aliadas, el Ejército y el islamismo político, se disputarán la
hegemonía.
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