Inundados: Las reacciones psicológicas ante el desastre
El doctor Enrique Pichón Riviere, creador de la Escuela Privada de Psiquiatría Social y de un servicio psiquiátrico de urgencia, ha escrito para Primera Plana el presente ensayo. La conocida trayectoria del profesor Pichón Riviere como analista e investigador es suficientemente notoria como para que haga falta una nueva presentación. En cambio, es ilustrativo señalar que en el tema que aborda en las siguientes líneas —el origen y la estructura de la situación de desastres— cuenta, además de sus estudios bibliográficos, una experiencia directa: Pichón Riviere ha vivido por años en Corrientes, a orillas del Paraná, y ha observado el comportamiento de sus pobladores costeros en las repetidas veces en que las inundaciones los asolaron.
" La situación llamada de desastre o catastrófica se caracteriza por la emergencia súbita e insólita de fenómenos de origen telúrico, cuya repercusión psicosocial conviene estudiar en detalle ya que coloca a toda una comunidad en una circunstancia de cambio agudo para la cual no estaba preparada. Aunque, tras un estudio detenido —y esto es lo que llama particularmente la atención— se comprueba la existencia dé captación casi subliminal de indicios que hubieran podido condicionar una planificación, de no haber sido negados en el plano de lo consciente.
Los sociólogos consideran en términos generales la existencia de tres fases en fenomenología del hecho catastrófico; cada una de estas fases admite subdivisiones temporales que es conveniente poner de manifiesto pues requieren a su vez un manejo con técnicas de comunidad específicas. Es lo que denominamos "análisis estratigráfico" (por estratos) y de carácter operativo, ya que toda indagación en el campo social sirve para configurar una estrategia de acción.
El primer período, denominado de amenaza, se caracteriza por una serie de hechos. El miedo a la catástrofe, captada subliminalmente, sufre una serie de elaboraciones que tienen por finalidad, utilizando sobre todo el mecanismo de proyección, desplazar hacia otros, los vecinos, por ejemplo, las situaciones de inminente peligro. Es en este momento cuando en el grupo familiar se inicia una actitud regresiva, en la que adquiere preeminencia un pensamiento mágico, teniendo asimismo carácter mágico los vínculos con objetos que el desastre pone en trance de perder. Se adjudican, a los demás, sentimientos de miedo sin que en las manifestaciones de ese temor proyectado sobre los otros aparezcan alusiones al verdadero motivo de este complicado proceso psicológico que se desencadena.
¿De qué manera se introducen estos indicios de catástrofe y qué características revisten? Las primeras señales o datos se introducen en el sujeto por vía olfativa: percibe un olor particular e identificable, pero el mensaje no se traduce a un nivel consciente Siente el extraño olor del río, ve su creciente velocidad y el aumento de su caudal, realiza en forma sistemática, ritual, observaciones desde un lugar previamente elegido.
A pesar de la acumulación de información, o quizá por la ansiedad que le provoca la misma, acude a un mecanismo de defensa: la negación. A partir de este momento, dos conductas son posibles en el sujeto en situación de peligro inminente: la ya mencionada proyección del miedo o el bloqueo afectivo, en el cual la negación del temor no va seguida de la proyección. Esta situación de ocultamiento inconsciente condiciona una inmovilidad, una indiferencia y una omnipotencia que configurarán reacciones características dentro de la comunidad, como ser el aislamiento, la falta de cooperación y el egoísmo.
La resistencia al cambio —en este caso se está frente a un cambio exigido por las circunstancias— llegará a su máxima expresión en el momento en que se apelará a toda clase de maniobras y amenazas antes de la evacuación de su habitat. En ese momento, el siniestrado tiene todas las características de un enfermo mental (paranoico). Trata de instrumentar su pensamiento mágico, adquiriendo la convicción de poseer un poder tan omnímodo por medio de ritos y fórmulas. Su fantasía consiste en que por la fuerza de su pensamiento o de su decisión —por ejemplo, permanecer aferrado a su vivienda sin permitir la evacuación—, asumiendo un liderazgo frente a la catástrofe, pudiera conjurar el daño que en un primer término negaba. Si penetramos profundamente en las motivaciones de este líder omnipotente, nos encontraremos con que ese rol que él trata de asumir sin que le sea adjudicado, por la comunidad a la que pertenece, es el de un impostor, ya que se adueña por asalto de una función social como es el liderazgo, para emerger como cabecilla de la conspiración contra el cambio.
Su peligrosidad radica en el hecho de que teniendo características demagógicas, de un coraje irracional y dramático, basado en la negación del miedo, se convierte en el saboteador de la operación de salvataje.
Este personaje debe ser objeto, de parte de los trabajadores sociales, de un manejo adecuado, destinado a debilitar su influencia y destronarlo por medio de técnicas de trabajo de comunidad, que consisten en lograr que el grupo o comunidad que le responde adquiera conciencia de que los móviles que lo hacen actuar de esa manera, obedecen a un cierto tipo de proselitismo. Se trata de un oportunista, que introduce por la brecha que abre la angustia colectiva, una ideología. Su fantasía inconsciente es en última instancia la de transformarse en un héroe. La ideología de este sujeto siempre será contraria a las autoridades estatales, a las que culpará del desastre.
El personaje contrario corresponde a aquel que en el período de amenaza utilizó la proyección de su miedo, y que es víctima luego de una reacción de boomerang: su propio miedo, puesto en el otro, le es devuelto reforzando a su vez sus ansiedades anteriores; y lo promueve a buscar los medios y las oportunidades adecuadas para ser evacuado con la menor pérdida posible. Está en condiciones de asumir un liderazgo positivo, contrafigura del anterior, organizando la "operación rescate". Una sola perturbación grave puede sucederle: el boomerang del miedo puede provocarle un impacto tal que le sobrevenga el pánico, quedando entonces también él en estado de inmovilidad. En ese caso su peligrosidad reside en el hecho de que, por procesos múltiples de identificación, el pánico se extiende, se hace colectivo, perturbando la evacuación, no ya por una oposición activa sino por una pasiva.
Es en el segundo período, llamado de impacto, donde puede aparecer la situación de pánico. El pánico configura el emergente más significativo de una circunstancia catastrófica. Es un conjunto integrado por temor, alarma, perplejidad y pérdida de control y orientación. Su carácter "contagioso" puede desencadenar fenómenos colectivos de graves consecuencias, como pueden serlo las actitudes de huida o tumulto, furia y desenfrenada agresión. Este estado va acompañado de los más variados síntomas psicosomáticos, que son el producto de la derivación, al área del cuerpo, de los miedos provenientes de la mente o de los peligros exteriores. Esta situación es siempre grupal, invade a todo el grupo familiar, produciéndose un momento caótico que impide toda planificación adecuada y operativa.
Esta tensión o stress repercute sobre los sistemas defensivos orgánicos (homeostasis) y acarrea una disminución, a veces considerable, de todas las defensas orgánicas, bajando el umbral de resistencia a las enfermedades, facilitando así la contaminación. Asistimos entonces a la aparición de enfermedades infecciosas, ya que gérmenes que se mantenían inactivos, adquieren una vigencia particular ayudados por las circunstancias exteriores.
En este clima de inseguridad e incertidumbre, de descontrol y falta de planificación, surge un nuevo personaje: el rumor, que refuerza las situaciones anteriores y provoca sentimientos de mayor inseguridad, volviendo a la gente más agresiva. El rumor impacta y convierte a las posibles víctimas del desastre en ingenuas y crédulas. El sistema de información adquiere nuevamente características mágicas; la comunidad afectada se hace cada vez más vulnerable a un complejo de rumores por la falta de discriminación que caracteriza a un grupo de estado de desorganización. Es posible detectar a través del caos una "central" del rumor. Señalan la naturaleza de esta central la dosificación, la secuencia, la temática y los canales del rumor.
En estas situaciones de pánico y de rumor, las mujeres y los niños juegan un papel muy importante, particularmente los últimos, quienes asumen conductas contradictorias, donde por momentos juegan o representan situaciones de salvataje (construyen barquitos), como tentativas de elaborar el miedo por la acción; en otro momento caen en una situación depresiva ante la pérdida que es vivida por ellos como mas irreparable, debido a su escaso nivel de instrumentación, a lo que se suma una forzada inmovilidad exigida particularmente por la madre angustiada, que proyecta en el hijo todas sus fantasías de destrucción, que van siempre más allá del peligro concreto.
Los dos sectores más pasivos de la comunidad afectada, mujeres y chicos, manejan y distorsionan la información.
El rumor aparece en situaciones de pánico y lo realimenta. Tal comprobación indica que se trata de un punto de urgencia sobre el que deben operar quienes tienen a su cargo el manejo de la situación de catástrofe. Modelo de manejo de situación es el caso del líder saboteador. En cuanto al rumor, la operación indicada es el esclarecimiento con técnicas de contrarrurnor, tal como las que se utilizan en la guerra. Se aprovecharán en este sentido todos los canales de información para esclarecer el contenido del rumor, por medio de mensajes que señalen las contradicciones que deslizan en el mismo.
Dentro del segundo período o momento del impacto se describen reacciones de egoísmo o altruismo, compulsión a ayudar que va más allá de las posibilidades de hacerlo.
Por el camino del egoísmo enfermizo se desemboca, en cambio, en la delincuencia, raterismo y saqueo, en los casos más graves, y reacciones agresivas o de indiferencia total frente al otro. Un clima de tensión aparece con las mismas características de los fenómenos que emergen en toda situación de catástrofe, es decir que se produce bajo el común denominador de la pérdida de control. Aquí nos encontramos frente a un nuevo punto de urgencia. La técnica a emplear es la de grupo, tendiente a esclarecer los móviles de la conducta colectiva; el éxito mayor de un trabajador social consiste en transformar esos grupos delictuosos en grupos de trabajo que colaboren con el personal incluido en el proyecto de rescate y reconstrucción de la comunidad.
El último momento de este período de impacto se relaciona con la actividad y las emociones. Aquí se puede observar toda una escala de intensidades de acuerdo a la cultura incluida en la situación de desastre (cultura debe ser entendida aquí en términos de origen o nacionalidad). En la medida que las emociones, predominantemente la ansiedad, disminuyen debido a técnicas de apoyo, refuerzo de la comunicación, esclarecimiento de rumores, la actividad, que antes estaba bloqueada por el impacto emocional, emerge en forma organizada.
Los sociólogos, sin embargo, parecen haber descuidado un momento crucial en el proceso de la situación de desastre: el periodo intermedio entre el impacto y aftermath o "vuelta al pago", en el que se configura una nueva comunidad alojada en viviendas colectivas y dotada de una rica fenomenología. Es el período de la migración y convivencia en un lugar designado, no elegido, donde los evacuados son alojados por sexo y a veces por edad, disgregándose el grupo familiar que ya venía con vínculos seriamente debilitados.
El tema sexual adquiere cierta primacía, dando la impresión de que lo que se recoge en la investigación al respecto pertenece más al terreno de la fantasía que al de la realidad. Este período puede ser subdividido en varios momentos: 1) de inmovilidad, 2) de violencia, 3) de euforia colectiva, 4) de relación con los muertos.
El primer período es de inmovilidad, de inercia, de indiferencia y apatía. El grupo humano así reunido —sobre todo los hombres— tiene mucha analogía con pacientes de hospitales psiquiátricos. La expresión es de depresión y la actitud, de catatonía. La falta de iniciativa es lo que en síntesis agrupa los aspectos que presentan los damnificados en este período. La comunicación con el resto del grupo familiar está seriamente perturbada: no se interesan en nada, no piden nada, y un sentimiento de extrañeza acompaña a toda actitud proveniente de la población menos damnificada que se constituye en Comités de Ayuda o Socorro.
El segundo, período es de violencia; a la inmovilización anterior sigue un estado de exaltación con un fuerte componente agresivo y reivindicatorio. Es el período en que se inicia el balance del desastre, dando lugar a una estructuración de fuertes componentes paranoicos. En este período sucede en el resto de la población, tal como pude observar hace muchos años, una respuesta de pánico ocasionada por este cambio brusco: se organizan bandas con propósitos de robo, y si sus miembros son interrogados expresan claramente el derecho que tienen de realizar verdaderos saqueos que pueden terminar en actos verdaderamente criminosos o delitos sexuales.
En este momento, el damnificado se considera un héroe que ha podido vencer al salvarse de las fuerzas de la naturaleza y se cree poseedor de todos los derechos sobre personas y cosas. Es como si inconscientemente considerara que fue elegido, por la comunidad que rodea a la situación catastrófica, como chivo emisario o víctima propiciatoria; él se ha hecho cargo de la culpa de los otros al considerar que la catástrofe es una venganza de Dios o del Destino dirigida a la población no damnificada. Ahora él es fuerte, omnipotente.
Exige la ayuda, y la reacción de la población ante esta expresión de omnipotencia se retrae y sufre una serie de perturbaciones, según el tipo de personalidad que cada uno tiene y que va desde francos cuadros de pánico y de persecución, hasta enfermedades psicosomáticas o enfermedades de tipo endémico que se reactivan por la tensión crónica que sufren con la consiguiente disminución de las defensas orgánicas. La población asume una conducta defensiva organizándose también como una comunidad en peligro con guardias nocturnas y medios de defensa variados.
En algunas situaciones extremas, la situación de chivo emisario que viven los damnificados es proyectada sobre la comunidad o miembros significativos de ella, pero es sobre todo en las autoridades que tiende a ubicarse la responsabilidad y la culpa del desastre.
En este momento, la comunidad circundante, con sus grupos políticos habituales, organiza un trabajo de proselitismo, la ayuda adquiere un carácter demagógico y empiezan a operar dentro de la comunidad damnificada y evacuada, junto con ese grupo político oportunista, pequeños comerciantes que negocian o canjean los productos recibidos de los Comités de Socorro. En este período, el alcohol se introduce como un nuevo factor de desorganización y violencia, los mecanismos de control ceden a veces en forma colectiva, asistiéndose a un espectáculo paradójico que es después de la inmovilidad y la violencia un clima de fiesta. En ese clima, el alcohol es un ingrediente habitual y la promiscuidad, en que esta comunidad, más o menos segregada y marginada, tiende a realizar en forma ya concreta lo que fantaseaban en los periodos anteriores, es lo que configura el tercer periodo de euforia colectiva, que tiene por finalidad negar la situación de duelo.
El cuarto período se caracteriza por la inversión del estado anterior: la euforia colectiva se transforma en duelo colectivo, que constituye para el observador el aspecto más impactante o siniestro de todo el proceso. Esto no es la regla, y posiblemente se dio en un caso particular de mi observación por el hecho de que el cementerio del pueblo en que vivía estaba en la zona cercana al río, lugar que era literalmente barrido por las aguas. En realidad, este período se inicia cuando comienza la bajante y el cementerio entonces recobra una configuración particular y trágica. Al percibir que el cementerio está libre de la inundación, los damnificados que tienen familiares sepultados en él van a hacer una visita de exploración y se encuentran con que la mayoría de las cruces, que son la señal del lugar en que fueron enterrados, han desaparecido. Ese mismo día o al día siguiente, casi todas las mujeres de esa comunidad visten un riguroso luto, y al verlas marchar hacia el cementerio producen un impacto que se transforma en una toma de conciencia de la situación de desastre, tanto en los damnificados como en los no damnificados.
La búsqueda de sus muertos, o mejor dicho el lugar que ocupaban sus muertos, se hace de una manera desesperada y se oye, a veces, a la gran distancia, como si fuera un coro, los llantos y gritos de dolor que están representando no solamente la pérdida del muerto sino que recién en ese momento viven también la pérdida de los objetos materiales de que la situación de desastre los ha privado.
Esta ceremonia solía durar varios días, y representaba de acuerdo a su intensidad el monto de la pérdida.
El desastre se ha metamorfoseado en tragedia. Todo el grupo se siente solidario a través de este sentimiento. Alguien ha dicho que la tragedia es "la protesta más vehemente del hombre contra la carencia de sentido..., que nos da el sufrimiento" y que "proclama que el hombre es libre pero que lo es sólo dentro de los límites que ha establecido para nosotros su misma condición de hombre".
Vivida esta situación, con las características señaladas, se los ve volver a su lugar de origen construyendo o reconstruyendo su casa con las mismas características; y la visión que tiene el observador es de que el damnificado se prepara para un nuevo ciclo, como un eterno retorno, un destino inmodificable, donde hay incluidas en su estructura actitudes de desafío y vuelta a la omnipotencia que había perdido transitoriamente en los días de duelo.
Si analizamos la conducta de cada uno de los damnificados podremos detectar actitudes o asunción de liderazgos con características políticas, como es el caso del líder de la oposición, aquel que se resistía amenazando al personal encargado de la evacuación. Ese liderazgo, que seguramente tiene una larga historia previa y que es mantenido latente, se hace bruscamente manifiesto y está representando las fuerzas de oposición al gobierno estatal. Es también como si tuviera la oscura percepción de que la catástrofe cumple una función política ya que rumores de un golpe de Estado circulaban por todo el ámbito del país.
Podríamos decir que él asume el rol del líder del golpe e intenta hacer proselitismo desde su nueva situación: se ha transformado de un más o menos tranquilo poblador de una isla en un líder político omnipotente que quiere interrumpir el curso de la inundación para dar lugar a otra tan desgraciada situación de catástrofe donde el desastre sería sufrido no ya por una pequeña comunidad sino por todo el país. "
Revista Primera Plana
Marzo 1966
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